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HAPPY END. MICHAEL HANEKE

  • Acrimonious00
  • 1 mar 2019
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 5 mar 2019


La ausencia de comunicación en la era de las redes sociales.


No querías a mamá, no quieres a Claire, no quieres a Anaïs, ni a mí tampoco.

Siendo sincero diré que, a pesar de haber leído alguna que otra mención superficial a su obra y siendo bastante fan de las películas controvertidas, incómodas y retorcidas hasta el punto de rozar el absurdo, nunca antes había visto una película de este director que es Michael Haneke.


Por lo tanto, antes de ir a ver la película busqué y leí por internet algunas críticas y opiniones sobre el cineasta austriaco. No podían ser más dispares, unos le trataban de genio mientras que otros daban la sensación de que no dudarían en escupirle en la cara si se lo encontraban por la calle. Bueno, tal vez esté exagerando un poco, pero en general predominaban las críticas negativas y la repetición de una palabra que llamó mi atención: “pedantería”.

Me tomaré la libertad de dejar aquí copiada la definición de “pedante” según la RAE, donde se define como “persona engreída y que hace inoportuno y vano alarde de erudición, téngala o no en realidad”.


Así que, atraído por la controversia, la curiosidad y por supuesto la obligación de ver la película y redactar después este ensayo para un proyecto de la universidad; y después de haber visto el tráiler (el cual debo destacar que me pareció muy acertado e incrementó mis ganas de verla), me dirigí a los Cines Golem Madrid.

Tras 110 minutos en los que mi ánimo osciló brusca y repetidamente desde la carcajada casi irónica hasta el mayor reproche y asco, pasando por la sorpresa, la tensión y en muchos momentos el aburrimiento; salí del cine con todas mis expectativas satisfechas al no haber quedado para nada indiferente e incluso con un buen sabor de boca general que me sorprendió a mí mismo.

Tanto que al día siguiente no pude evitar ver otra de las películas de Haneke: “Funny Games”, la cual me decepcionó enormemente, aunque eso es otro tema.

Comienza la película: una niña de trece años grabando a través de las redes sociales y comentando en directo como asesina (a base de pastillas) a su hámster. Demoledor, pero nada comparado con cuando poco después te das cuenta de que ha hecho lo mismo con su propia madre.


Estos acontecimientos hacen que Eve (Fantine Harduin) se vea obligada a vivir con su padre (con el que no tiene demasiada relación a partir de que las abandonase a ella y a su madre hace dos años, aunque no parece guardarle ningún rencor), y con el resto de la familia de este, viéndose pronto envuelta en los problemas personales y cotidianos de estos, que no son pocos.



El largometraje gira en torno a los temas recurrentes y que han obsesionado a Haneke durante toda su filmografía y que son, la mayoría, perfectamente reconocibles en esta última obra. Los más destacables en mi opinión son dos: el suicidio (el egoísta deseo de desaparecer) y la representación de los medios, las redes sociales y las nuevas tecnologías como una forma de distanciar aún más a los personajes, de hacerles más independientes, más individualistas; e incluso menos humanos de cara al espectador, quien en ningún momento puede llegar a empatizar de manera completa y definitiva con ninguno de ellos.

Esta distancia que se crea entre los propios personajes se logra, en gran medida, gracias a la casi total ausencia de diálogos reales, la cual Haneke suple parcialmente mediante las conversaciones a través de las redes sociales. Podemos distinguir dos grandes ejemplos de esto:

El primero son los ya mencionados videos que Eve graba y durante los cuales comenta lo que va sucediendo. De estos comentarios obtenemos la mayor parte de la información con la que contamos para deducir la personalidad del personaje, complementada únicamente por el diálogo que la niña mantiene con el abuelo (Jean-Louis Trintignant) tras ambos haber intentado , sin éxito, suicidarse; y aquel que tiene lugar en el hospital entre Eve y su padre, en el que, asumiendo que él es incapaz de querer a nadie (incluida ella) le pide con escalofriante naturalidad que no le abandone antes de su mayoría de edad para evitar acabar con los servicios sociales.

El segundo gran ejemplo son las conversaciones que el padre de Eve, Thomas (Mathieu Kassovitz), mantiene en Facebook a través de su portátil con su amante. Son conversaciones sexuales, crudas, sin ningún tipo de censura y claramente salidas de tono, que permiten al espectador darse cuenta de que Thomas no es realmente la persona educada, correcta e inocente que aparenta ser de cara al público, a su mujer y a su familia. Este contraste entre como Thomas es en los diálogos, comparado con cómo es a través de la pantalla, hace aún más obvia la distancia que las redes sociales y los medios contribuyen a crear frente a la realidad.

Es obvio que esta idea de ausencia de comunicación entre los personajes es uno de los pilares principales de la crítica que el autor pretende hacer a través de la película, que comienza y termina de la misma manera: el espectador ve a través del móvil de Eve, como esta graba impasible una muerte, ya queramos considerarlas ambas como asesinato o, en el caso de la última, como un suicidio asistido.




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