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'ATELOPHOBIA'

  • Acrimonious00
  • 12 abr 2019
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 23 jun 2019

Relato galardonado con el Premio Especial del XVI Certamen de Relato de la UC3M.

“Atelophobia: miedo atroz a la imperfección.”

Una patada en las costillas le despertó en seguida de su breve sueño, y después de esta vino otra y a continuación otra más. Ya no tenía fuerzas ni ganas de levantarse, se mantuvo inmóvil sobre el asfalto y contuvo el aliento esperando el siguiente golpe, pero este no llegó.


No recordaba qué había pasado desde aquello, pero de pronto se descubrió a sí misma recorriendo sin rumbo las calles de la que nunca había llegado a ser su ciudad.


Debió volver a desvanecerse porque a la mañana siguiente estaba en la cama de un hospital, empapada en sudor, tratando de recuperarse de un mal sueño que tampoco recordaba. A cada jadeo intentando recuperar el aliento sentía como una punzada de dolor insoportable le recorría el costado, desde el pecho izquierdo hasta la cintura; y allí descubrió el vendaje que le cubría la mayor parte de la espalda. Trató de incorporarse, pero el hombro le falló y el dolor que sintió al caer bruscamente sobre le cama le hizo desmayarse de nuevo.


Volvió a despertar y volvía a estar sola, ya no sentía dolor físico, pero una sensación de angustia y casi de pavor le oprimía el pecho y le dificultaba la respiración. Sintió cómo se ahogaba e intentó gritar, pero de su garganta no salió sonido alguno; la única repuesta a sus esfuerzos fue el sabor de la sangre que le llenó rápidamente la boca y le hizo marearse.

Cuando estuvo de nuevo consciente, ya no estaba sola. Una mujer, de pie frente a su cama, manipulaba algo que no lograba ver bien, sin prestarle atención alguna.


Carraspeó con la esperanza de que ese desagradable sabor a sangre que inundaba su paladar desapareciese y fue entonces cuando aquella mujer pareció recordar su presencia: se alejó corriendo para volver con un vaso de agua y se lo ofreció mientras murmuraba unas palabras que no consiguió entender.


Intentó beber, pero el sabor de la sangre se hacía insoportable, así que en su lugar escupió en el vaso y, para su sorpresa, en su esputo no se apreciaba ni rastro de nada que no fuese agua o saliva. Confusa, pidió otro vaso y se esforzó por beber unos tragos. Se incorporó lentamente y se dio cuenta de que la mujer ya se había marchado, volvía a estar sola.

Y volvió a sentirse sola.


Conocía bien ese sentimiento, lo había experimentado mucho últimamente, lo había experimentado demasiadas veces; pero esto no siempre había sido así, no siempre había estado sola, antes no estaba sola y no solo eso, antes era feliz. O todo lo feliz que se puede ser siendo imperfecta.


Se levantó y busco su móvil. Lo encontró en un cajón junto con su ropa y sus cigarrillos y de pronto reparó en que estaba semi-desnuda. No le importó, no sentía frío.


Cogió el móvil y los cigarrillos, cerró el cajón y se dirigió al baño. Abrió el grifo y dejó que se llenara la bañera, se encendió un cigarrillo, dio una calada y escupió en el lavabo. De nuevo ni rastro de la sangre.


Encendió el móvil, puso la música en modo de reproducción aleatoria y se sumergió en la bañera aún con el cigarrillo entre los dedos. Había olvidado lo mucho que le gustaba escuchar música, casi conseguía hacerla olvidarse de lo imperfecta que era y de lo mucho que el mundo se esforzaba por recordárselo.


De nuevo inmersa en sus delirios, un capricho de su mente enferma le llevó a recordar los tiempos en que aún albergaba alguna esperanza de alcanzar la perfección, pero hacía ya mucho de eso, ya no quedaba espacio para la inocencia y el optimismo entre tanto miedo y desengaño.


Y así, alternando caladas y reflexiones, permaneció hasta que no le quedó nada que fumar y demasiadas cosas en las que seguir pensando.


Salió del baño y se vistió, no se molestó en arreglarse, hacía ya tiempo que su aspecto había dejado de importarle. No, no hacía tanto tiempo.


Hasta hacía tan solo unos días, ni se le habría pasado por la cabeza salir a la calle sin haber repasado hasta el último milímetro de su cuerpo, debía estar perfecta. Debía ser perfecta. Y si no podía serlo, al menos debía parecerlo.


Recogió sus cosas y salió a la calle sin dar explicaciones a nadie, de todas maneras, nadie se las pidió.


Entró en una tienda con la intención de comprar más tabaco, pero se detuvo frente a un espejo, contempló la imagen que la miraba frente a ella desde un cuerpo irreconocible.

Estaba muy pálida y unas ojeras kilométricas surcaban su rostro haciéndole aparentar muchos años más de los que realmente tenía, tenía el pelo castaño enmarañado y aún húmedo tras el baño y los labios cortados y costrosos por la deshidratación. Había perdido mucho peso y sus ojos azules, aunque seguían siendo tan hermosos como siempre, habían perdido ese brillo que un día estuvo tan cerca de darles la perfección que ella tanto parecía necesitar.


Apartó la mirada avergonzada y mientras una solitaria lágrima rodaba por su mejilla, compró el tabaco y se fue a toda prisa.


Volvió al hospital, pero esta vez subió hasta la azotea y se sentó en el suelo al tiempo que encendía otro cigarrillo. Había logrado contener las lágrimas en la tienda, pero allí arriba nada pudo impedir que el recuerdo de su reflejo le hiciera derramar una lágrima tras otra, en silencio. Se levantó y se dirigió hacia el borde de la azotea y volvió a sentarse allí con la mirada perdida en dirección al suelo, doce pisos más abajo.


Escupió una vez más, aunque ya se había acostumbrado al sabor de la sangre en su boca, y siguió el escupitajo hasta que desapareció en la distancia.


Por primera vez en su vida fue consciente. El mero hecho de temer no alcanzar la perfección y de necesitarla, es en sí un defecto que hace imposible cumplir este ambicioso objetivo.


Se imaginó a sí misma dando un paso hacia delante y precipitándose al vacío, tal como había hecho su escupitajo hacía tan solo unos segundos, y la perspectiva no le pareció tan mala, se imaginó tendida muerta y la gente pasaba de largo sin mirarla; y fue precisamente eso, lo que hizo que el próximo paso que diese fuera hacia atrás y no hacia delante.


Dio media vuelta, puso la música de su móvil a todo volumen, se encendió otro cigarrillo, y desapareció de nuevo tras las puertas del hospital.



Autor: Pablo Jimeno

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